¿Que Tanto Vale Lo Que Dios Nos Ha Dado?
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- Publicado: Viernes, 03 Enero 2014 08:54
Una de las inclinaciones más comunes de nuestra naturaleza humana es el olvidar o el tener en poco los obsequios, beneficios o favores recibidos. Es por tal razón precisamente, por la que el Espíritu movió al rey David para exhortarse a si mismo cuando dice: “Bendice, alma mía, al Señor; y bendiga todo mi ser su santo nombre. Bendice, alma mía, al Señor, y NO OLVIDES ninguno de sus beneficios” (Salmo 103:1,2).
Nosotros, hoy, no somos mejores que el rey David. Si somos sinceros con el Señor, y con nosotros mismos, vamos también a confesar que fácilmente podemos olvidar o tener en poco las cosas o beneficios que recibimos. Ciertamente que cuando recibimos algo, en el principio hay novedad y aprecio por ello, pero al transcurso del tiempo aquella novedad y aprecio empiezan a menguar. Esto opera en tal forma que muchas de las veces ni cuenta nos damos, y para cuando menos pensamos ya se nos olvidó, o ya no tenemos en el mismo aprecio el bien o el objeto que se nos ha dado o que hemos adquirido.
Lo dicho aplica invariablemente a todos los aspectos de nuestra vida (aun como Cristianos), y siempre acarrea también sus respectivas consecuencias. Estas varían, como es lógico, en relación al valor del objeto o del bien que se ha recibido. Por ejemplo, el tener en poco aquel par de zapatos que ya no se aprecian como cuando recién los compró, no hace gran perjuicio. Pero en cambio el tener en poco el valioso amor de un cónyuge fiel, le puede traer resultados muy amargos a quien así lo hiciere al paso de los años en su matrimonio.
Si en lo que toca a los valores humanos podemos señalar lo anterior, ¿Qué tanto más podremos decir entonces en lo que corresponde a nuestra relación de aprecio para con nuestro Dios? De cierto que nada nos pudiere acarrear consecuencias más terrible y fatal, que el tener en poco lo que Dios nos ha dado. Escrito está ya: "¿Cómo escaparemos nosotros, si tuviéremos en poco una salvación tan grande? La cual, habiendo comenzado a ser publicada por el Señor, ha sido confirmada hasta nosotros por los que oyeron" (Heb.2:3).
Entiendo lo ya dicho, tenemos entonces que pelear continuamente con esa inclinación común que reside en nuestra humanidad. Tenemos que exhortarnos en forma continua a nosotros mismos para no tener en poco los beneficios recibidos de parte de nuestro Dios. Pero para fin de poder apreciar lo que hemos recibido de parte del Señor, primero tenemos que fijarnos bien qué tanto vale lo que Dios ha dado.
Por cierto que para valorizar lo que recibimos de Dios, no podemos ni debemos usar las mismas reglas que se usan en el sentido netamente humano. Pues lo humano no se mide por lo regular con la apreciación que nos producen nuestros sentidos naturales: Lo que vemos, palpamos, saboreamos, olemos, oímos, o sentimos. Mas lo recibido de Dios lo tenemos que medir por lo regular con los sentidos del espíritu, con los ojos del alma. Valorizarlo y apreciarlo con esa virtud que agrada a Dios: Por la fe, ver lo que no se ve.
Los héroes de la fe que se mencionan en el Libro Santo, juntamente con los muchos más que no están mencionados, no valorizaron lo que recibieron de Dios en conformidad con los beneficios humanos y materiales obtenidos, antes por lo contrario. Según la misma Palabra de Dios, la gloria de esos miembros fieles del Pueblo del Altísimo consistió, y consiste hasta el día de hoy, en haber dado y perdido todo lo que pudiere ser de valor en esta vida, para tener mayor recompensa. Ellos usaron la maravillosa regla de “la fe”.
Primeramente hicieron lo que el Señor a cada uno le encomendó que hiciera, en medio de innumerables contrariedades, limitaciones, y oposiciones. No solamente estuvieron de acuerdo en servir al Señor en medio de toda situación adversa, sino también en sufrir persecución, martirio, y aun la muerte. Todo esto lo hicieron, y lo están haciendo hasta hoy, todos los que han considerado qué tanto vale lo que Dios nos ha dado.
El turno de nuestros antepasados fue ayer, el turno nuestro es hoy. ¿Cómo vamos nosotros a actuar en este nuestro turno? ¿Vamos a valorizar lo que hemos recibido de Dios midiéndolo con las cosas materiales que no hemos recibido? Si así lo hiciéremos, íbamos a salir con medidas desfavorables en el sentido espiritual. Si por las multitudes que nos acompañaren lo hiciéremos, o por los edificios o el capital que tuviéremos, ¡pobrecitos de nosotros entonces! Pues ninguna de esas cualidades humanas nos distingue.
Aquí estamos hasta este día, limitados en todos los sentidos materiales que se pudieren nombrar. Somos una “manada pequeña” en comparación con los grandes y poderosos movimientos religiosos de estos días. A cual más de nuestras congregaciones hermanas estamos privados de los edificios y las facilidades necesarias que tanto necesitamos, y esto no nomás en una región o país, sino a través de las fronteras y los continentes. Los medios con que contamos para desempeñar nuestro ministerio es también reducido y aun rudimental.
La causa de todas las desventajas señaladas, y aun algunas otras más que alguien quisiere mencionar, es ciertamente la falta de dinero que no tenemos hasta hoy. Pero ¿eso quiere decir que no vale lo que hemos recibido de parte de nuestro Dios? ¡Nunca tal deducción aceptaríamos! Pues los tesoros espirituales de conocimiento y de revelación en la Palabra Santa que al Señor le ha placido darnos, no dejan de ser tesoros y, “preciosas y grandísimas promesas” que no menguan en ninguna forma por razón de lo que materialmente no tuviéremos. Aun si alguien pensare diferente, eso no cambia la verdad señalada.
La verdad innegable es que, en medio de un mundo que cree en la “Santísima Trinidad”, o en dos seres distintos en la Divinidad, nosotros hemos recibido revelación para entender que “el Señor nuestro Dios, el Señor UNO es”. En medio de un mundo cristiano confundido que invoca los títulos, Padre, Hijo, y Espíritu Santo, en el bautismo, nosotros hemos recibido luz para entender que la remisión de pecados está en la invocación del “Nombre que es sobre todo nombre”: Jesucristo, nuestro Señor y Dios.
En medio de multitudes de profesantes Cristianos que viven bajo la influencia del sistema religioso de gobierno de hombre, a nosotros el Señor ha querido revelarnos quien es en verdad Su Iglesia. Nos ha enseñado, inclusive, a entender y a vivir en el sistema de gobierno de Dios, lo cual nos ha sido una experiencia maravillosa. Hemos recibido luz para entender también la verdad sobre las profecías relacionadas con los “días postreros”, y el lugar de la iglesia en ellos, y en la eternidad como “la esposa, la mujer del Cordero”.
En medio de un mundo (en el cual están incluidos millones de profesantes Cristianos que hacen también lo mismo hoy) que desprecia, maldice y odia a Israel y al Pueblo Judío del Esparcimiento, Dios nos ha librado de que “ignoremos este misterio”. Y no solamente nos ha concedido el que sintamos el amor por Su Pueblo Escogido, sino que también nos ha concedido el privilegio de estar ligados literalmente con ellos en una forma estrecha, lo cual nos ha sido de una bendición muy especial.
Lo dicho, y muchas otras verdades profundas y maravillosas que el Señor ha querido revelarnos en Su Palabra, son tesoros incomparables que para los que estamos despiertos son nuestro todo. Hemos pedido al Señor, y le seguimos pidiendo, que nos de las cosas de tipo material que él mismo sabe que tanto necesitamos. Pero al mismo tiempo sabemos también que él sabe mejor qué es lo que hace siempre con su pueblo, con sus hijos. Mientras tanto nuestra parte es el valorizar que tanto vale lo que Dios nos ha dado.
Al observar, y ciertamente con profundo dolor, qué tan pequeño es el número de los Cristianos que valorizan en realidad lo que Dios nos ha dado, no puedo menos que seguir insistiendo sobre el tema. Para algunos mi insistencia no es de origen humano sino Divino. Es Dios mismo quien insiste en esa valorización desde el principio hasta el fin del Libro Santo; y ello no solamente como sugerencia, mas como una orden imperativa.
Si al pueblo de Israel, a quien le fueron dados todos los mandamientos y preceptos del Primer Pacto que no pueden dar la perfecta salvación que da la Gracia, se les ordena enfáticamente que aprecien, ¿Qué podremos decir hoy de los que sin tener antes parte con el pueblo de Dios, ahora por misericordia y solamente por la fe en el Señor Jesús, somos hijos del Altísimo? ¿Será correcto el que pensemos que somos menos deudores que Israel? ¡Nunca!
Más aquí está precisamente la oportunidad que el Señor nos presenta para que le probemos a él una cosa o la otra. Pues es en el caminar de esta vida donde nosotros, como Cristianos ahora, podemos decidir con nuestras palabras y nuestras acciones si estamos en el número de los que aprecian lo que Dios nos ha dado, o de lo que dicen solo de labios. Nos conviene recordar, por cierto, que los primeros somos pocos y los últimos una gran mayoría.
Sigo insistiendo por lo tanto que no puede haber privilegio mas grande que el haber sido escogidos de Dios para recibir revelación en las verdades de Su Palabra. Empezando con lo básico: el entender que Dios Uno, y el haber invocado “el Nombre que es sobre todo nombre” en el bautismo para la remisión de nuestros pecados; ello es un tesoro incomparable. El entender el misterio de la Iglesia (Léase Efe. 3:9,10), y el misterio de Israel (Rom.11:25), nos hace poseedores de la suprema sabiduría Divina.
Además de las revelaciones citadas, y las otras muchas más que hemos recibido del Señor en su Palabra, está el privilegio no menos supremo de saber cuál es el sentir con que Dios quiere que sirvamos. Pues para eso precisamente nos ha ungido con el glorioso don de su Espíritu Santo. El poder ahora amar a todos nuestros hermanos sin excepción de denominaciones, lenguas y colores, sabiendo que la Iglesia del Señor es solamente una, es un privilegio que no tiene precio. Pues "el estar libres con esta libertad con que el Señor nos ha hecho libres" no es algo común. Somos muy pocos relativamente los que hoy estamos siendo participantes de esa actitud vital.
Insisto que al decir estas cosas no lo hablo porque me lo imagino, o porque alguien me lo ha platicado solamente. Lo digo con convicción y con firmeza porque el Señor ha permitido que me conste; y esto no solamente en un grupo, o en una región o país, o en un idioma, sino alrededor del mundo. Pues bendigo a mi dios que así me ha puesto en contacto con su pueblo, para que me de cuenta personalmente de la realidad y pueda prevenir a mis hermanos y a mis compañeros en el ministerio. A unos para ser confirmados en lo que ya entienden y están hoy viviendo, y a otros para advertirles el peligro en que están hoy cayendo al no apreciar que tanto vale esto que Dios nos ha dado.
El grado de aprecio que hubiere en el corazón de cada uno de nosotros, lo conoce Dios aún mejor que nosotros mismos. El sabe también perfectamente, como ya lo menciono al principio, todas nuestras limitaciones, en todos sentidos. El puede también cambiar radicalmente el rumbo en todo y darnos todo lo que hoy no tenemos, pero ¿y si no lo hace? ¿Vamos a sentarnos a llorar como niños perdidos? ¡Nunca! Pues podemos entender que esta es precisamente una de las formas en que el Señor está probando nuestra fe y nuestra determinación para serle fieles. ¡Bástate mi Gracia!, nos dice también hoy, a tí y a mí.
Lo descrito ha sido la voluntad de mi Dios en mí ya por una vida, y sabe él que estoy determinado a salir a la orilla como fuere su voluntad. Seguro que tengo derecho de pedirle que nos dé todo lo que necesitamos, y lo estoy haciendo hasta este día, pero su voluntad es hecha en el cielo y en la tierra. Nuestra parte es apreciar hoy QUE TANTO VALE LO QUE DIOS NOS HA DADO.*