La facultad divina en el ministerio

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La facultad divina en el ministerio

“Y les dijo: Id por todo el mundo; predicad el evangelio a toda criatura. El que creyere y fuere bautizado, será salvo; mas el que no creyere, será condenado. Y estas señales seguirán a los que creyeren: En Mi Nombre echarán fuera demonios; hablarán nuevas lenguas; quitarán serpientes, y si bebieren cosa mortífera, no les dañará; sobre los enfermos pondrán sus manos, y sanarán” (Mr. 16:15-18)

Ya hemos mencionado antes, la necesidad imperiosa en el ministro de tener potestad para el desempeño efectivo de su trabajo, y ahora basados precisamente en esto, deseo disertar sobre el Texto bíblico que citamos como base.

En estos últimos días, me he sentido movido a hablar más particularmente sobre este tema, y estoy cierto que es el Espíritu Santo el que nos está dirigiendo, aún más cuando entendemos que los días son pocos y que la Iglesia de Cristo el Señor pronto tendrá de ser unida con Él.



En el ministerio de la Iglesia del Señor hay dones y facultades, y no es necesario decir mucho para que el pueblo de Dios crea en los dones del Espíritu Santo, mucho menos para que acepte a los vasos que en una forma extraordinaria son usados por el Señor. Por cierto que en los últimos tiempos, he notado una inclinación cada día más marcada entre muchos de los miembros de las congregaciones, de buscar esos ambientes; no los critico ni los culpo por ello, porque la raíz de su deseo es bueno (aunque por otra parte, no justifico a aquellos que se van hasta el otro extremo y empiezan a tener en poco y aun desprecian lo que hay en su propia casa), pero aquí hay algo qué pensar y es sobre lo que deseo llamar la atención de mis hermanos pastores.



En los Textos que cito como base, está descrito perfectamente en forma conjunta el mensaje y la facultad que Dios ha dado a todos y cada uno de Sus ministros. El apóstol Pablo dijo: “Y ni mi palabra ni mi predicación fue con palabras persuasivas de humana sabiduría, mas con demostración del Espíritu y de poder” (1 Cor. 2:4). No está en esta parte refiriéndose a ministerios especiales o extraordinarios, sino al trabajo ordinario y común del hombre que es llamado por Dios para cuidar Su rebaño y para traer a los perdidos para que sean salvos. Repito que los ministerios y dones especiales están en su debido lugar, y nunca se haría bien en desconocerlos, menos en despreciarlos, pero tampoco se está haciendo bien con tener en poco las facultades que el Señor con Sus santos labios otorgó a los que creen en Su Nombre. 



Cada uno de los pastores y ministros responsables en la Iglesia del Señor, ha creído en el Nombre de Jesucristo el Señor. Predicamos con toda confianza y certidumbre que: “el que creyere y fuere bautizado (en el Nombre de Jesucristo, Hch. 2:38), será salvo” (Mr. 16:16); creemos y enseñamos que todo creyente en el Nombre del Señor Jesús debe de tener el fruto del Espíritu en su vida y ser obediente a la Palabra del Señor (“por sus frutos los conoceréis”, Mt. 7:20; Gál. 5:22-26), y buscar también el don de hablar en “otras lenguas” (Hch. 2:4). Este mensaje no lo presentamos como algo espectacular, novedoso o extraordinario, sino como el mensaje común y universal para la salvación. Entonces, si damos por hecho una parte del mensaje, ¿por qué no dar por hecho todo el mensaje? Si creemos que a cada uno Dios nos ha facultado para dar el vestido a la novia (el bautismo), y pedir para que reciba las arras (el Espíritu Santo), debemos igualmente creer que también nos ha facultado a todos para que le pongamos a la novia (que es la Iglesia), los adornos que le ha dado el Esposo, que son precisamente estas señales que dijo el Señor.



No nos hacemos bien al decirnos a nosotros mismos que esas cosas son dadas nomás a los que Dios ha querido usar con dones especiales, o que son solamente para “superpersonajes” mucho más santos, buenos y consagrados que nosotros. Esa manera de pensar acompleja al ministro, y el diablo aprovecha esto para segarlo y que así no mire LA FACULTAD que Dios le ha dado, para que no la use plenamente.



Querido hermano, si tú y yo somos ministros de Jesucristo el Señor, tenemos facultades y hay que ejercitarlas, no para nosotros ni por honra nuestra, sino porque necesitamos ponerlas en acción para salvación de los perdidos. Acuérdate: “No descuides el don que está en ti, que te es dado por profecía con la imposición de las manos del presbiterio” (1 Tim. 4:14). ¡Ejercítalo! ¡Úsalo! Las manos con las que estás deteniendo este papel, tú sabes que Dios las ha usado; préstate para que las use aún más, no desestimes la FACULTAD que como ministro tienes de Dios. No te hagas daño, ni hagas daño a los fieles que presides allí en el lugar donde el Señor te ha puesto, diciendo que estas cosas no son para ti.



Yo he sentido hacerlo así y también de decírtelo a ti, y tengo plena confianza en que el Señor te mostrará que así es esto, que no es cosa mía, y que al creerlo y ejercitarlo todos, habrá gran bendición en la Iglesia para beneficio de los fieles necesitados y sedientos, y para señal y salvación de los perdidos.

Dios te bendiga.

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